martes, 5 de noviembre de 2013

Una Eclesiología esperada


El libro arranca con un “Esbozo de eclesiología” de algo más de 100 páginas, compuesto para la ocasión (orig. 2008) y, más tarde, embrión de Iglesia católica (Sígueme), el tratado de Iglesia de Kasper que también acaba de aparecer en español (orig. 2011). El autor combina magistralmente la presentación autobiográfica con la reflexión sistemática: asistimos de cerca a la historia reciente del pensamiento católico sobre la Iglesia y nos familiarizamos con la eclesiología de comunión. Los artículos que luego se reproducen La primera parte (“El camino de la Iglesia en el posconcilio”) analiza la situación de la Iglesia después del Vaticano II, valora su recepción e insiste en la permanente relevancia de sus textos. Destaca un importante artículo sobre la interpretación de las afirmaciones conciliares, pero también el detallado comentario al Sínodo de 1985, del que Kasper fue relator. En esa asamblea episcopal ven muchos un momento clave en la recepción del Concilio, pues fue entonces cuando arraigó la convicción de que la idea de communio era la que mejor integraba las diversas imágenes conciliares de la Iglesia. La segunda parte está dedicada a “la Iglesia como sacramento universal de la salvación”. Que la Iglesia sea sacramento significa que es signo eficaz de una realidad que la trasciende.

La Iglesia es como la Luna, que no hace sino reflejar la luz solar; el Sol que aquí importa es, por supuesto, Jesucristo. La Iglesia está llamada a vivir la comunión con Dios –que no otra cosa es la salvación– y a hacer partícipes de ella a todos los hombres. Son interesantes las reflexiones sobre la necesidad y relevancia salvífica de la Iglesia, así como los apuntes sobre la actualidad de la misión. Pero lo más chispeante se encuentra en el artículo “La Iglesia como sacramento del Espíritu”, donde leemos, por ejemplo, que “la Iglesia es una improvisación del Espíritu”, por lo que “le es inherente (…) la valentía de lanzarse a lo imprevisible, a lo nuevo, a lo que no es planificable ni factible” (p. 302). La tercera parte se centra en la “estructura de comunión de la Iglesia”. La communio consiste ante todo en la participación común de los creyentes en los bienes de la salvación; de ahí derivan la comunión de los creyentes entre sí y de unas Iglesias con otras. Solo realizando la communio en todos estos niveles puede ser la Iglesia sacramento de la unidad; pero para ello debe configurarse como una auténtica comunidad, capaz de conjugar unidad y pluralidad y de aplicar sabiamente el principio de subsidiariedad, que comporta que “una instancia superior no debe hacer aquello que puedan hacer por sí mismos (…) el individuo o una comunidad menor y subordinada” (p. 455). Este principio ha de regir la vida toda de la Iglesia, por ejemplo, la relación entre carismas y ministerios y entre la Iglesia universal y las Iglesias locales (al respecto, cf. la respuesta del año 2000 al entonces cardenal Ratzinger). La Iglesia que, artículo a artículo, se va perfilando es dialogante, abierta al mundo, cercana a los desfavorecidos y, sobre todo, desbordante de sensibilidad humana y pasión por Dios. Agrupados en tres partes ahondan en algunos de los rasgos fundamentales de esta. En ellos se aborda básicamente la esencia de la Iglesia; los ministerios quedan para otro volumen de la OCWK.

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