jueves, 7 de noviembre de 2013

El cristianismo como estilo

En verdad que nos encontramos ante una obra que hace época. Theobald ha tenido la valentía de repensar la teología en función de los nuevos tiempos de este tercer milenio. Será tarea de otros desarrollarla plenamente, porque la apuesta que aquí se hace supone colocar otra vez ante el pensamiento todo aquello que el siglo XX había repensado. Para ello, Theobald retoma un concepto que ya había sido utilizado para pensar el cristianismo, el concepto de estilo, puesto en Juego tanto por Schleiermacher como Balthasar o Merleau-Ponty. Cuando hablamos de estilo nos referimos al sistema de los medios o códigos que se ponen un juego en la producción de obras, principalmente artísticas. También se refiere a la propiedad o cualidad de una obra singular, por medio de la que se manifiesta su autor. De esto precisamente se trata en el cristianismo: es un estilo de ser y estar en el mundo a la luz de la hospitalidad del Nazareno entendida como mesiánica y escatológica. Cualquier manera de hacer teología debe tener esto presente, más aún en los tiempos de la postmodernidad, tiempos que exigen de la teología un replanteamiento que vuelva a ponernos en el estilo del Nazareno.
Para esto mismo, el autor utiliza dos densos volúmenes, divididos en cuatro partes, introducidas por una overtura. Entre las páginas 16 y 197, nos introduce en el concepto propiamente de estilo cristiano como forma de hacer teología. Esta forma tiene como núcleo la hospitalidad nazarena que hemos comentado, pero también implica una nueva forma de hacer teología, que es lo que nos interesa de forma expresa. Esta manera de hacer teología no puede olvidar que el Nazareno no dejó nada escrito, que lo suyo fue una vida en estado puro, pero una vida que supone un acto teológico en el sentido más fuerte del término. Sin perder de vista al Nazareno, la teología debe hacer frente tanto al tipo moderno de racionalidad en el que ha tenido que fraguar su pensamiento y la tradición nacida en los escritos neotestamentarios. Estos dos polos son los que harán de la teología en postmodernidad un discurso capaz de traer del pasado la verdad para el presente, dicha con el modo propio de la racionalidad postmoderna.
Esta nueva manera de hacer teología en postmodernidad se va a tratar de forma densa en las cuatro intensas partes de que consta la obra. La primera de ellas es un diagnóstico de la teología en el momento presente; casi doscientas páginas en las que se analiza desde el modernismo hasta la modernidad en teología, para ello se va de la mano de una de las figuras más emblemáticas del pensamiento cristiano: Maurice Blondel y su intento de hacer de la fe algo “moderno”. La segunda parte se embarca en la propuesta práctica de una nueva manera de proceder. Esta nueva manera debe tener presente la espiritualidad como punto crítico de la teología dogmática de modo que esta cobre vida mediante aquella. También debe tenerse presente en teología el discernimiento de la vida auténtica, utilizando como modelo la manera ignaciana de hacer teología. Todo esto debe hacerse teniendo presente que la teología, como todo cristiano, está al servicio del Reino, de modo que demos testimonio confesante de nuestra fe, para ello debemos avanzar por el camino de una teología narrativa que haga justicia desde la postmodernidad a los textos fundacionales de nuestra fe. Probablemente sea más fácil entender hoy los textos del cristianismo primitivo, desde el momento en que la era cientificista ha dejado paso a los criterios postmodernos. La kénosis de la razón científica supone un resurgimiento de los criterios y patrones de pensamientos holísticos que caracterizan el mundo antiguo.
La tercera parte entra de lleno en el problema hermenéutico que la anterior había dejado esbozado. El cristianismo puede ser definido cabalmente como una religión de la interpretación, de la interpretación de textos e interpretación de acontecimientos. De la misma manera que el texto nace como un proceso de interpretación de los acontecimientos por parte de la comunidad, la comunidad, la Iglesia, nace como el proceso de recepción de los textos y de interpretación de los acontecimientos. Hay una relación dialéctica entre el corpus textual y el cuerpo de la Iglesia:corpus=cuerpo. Desde aquí parte la cuarta y última parte que puede ser resumida con una frase: creer en Dios en la Iglesia situada en la overtura mesiánica de la creación.
Hablar de cristianismo como estilo es intentar unificar en el pensamiento los distintos niveles en los que el hombre moderno ha dividido la realidad. El estilo del cristianismo está enraizado en la hospitalidad nazarena y sólo Jesús puede ser la fuente donde debe beber constantemente. Jesús pone en juego toda su existencia por la única novedad realmente tal: el Evangelio, situando este en el eje de su relación con los demás y consigo mismo. La fe nace libremente desde lo hondo de sus interlocutores y no puede ser forzada de ninguna manera, querer imponerla es anularla, porque el Evangelio debe ser aceptado con el corazón, no por mera razón. Este Evangelio, esta buena noticia para la humanidad, se manifiesta como una verdadera creación, porque Dios se ha manifestado como el verdadero y único Evangelio para el mundo. Esta nueva creación presupone una estructura mesiánica y escatológica del acontecimiento evangélico. El Evangelio, entendido como acontecimiento, debe llegar a todos los hombres de todos los lugares y condiciones históricas, siendo este el estilo del cristianismo ayer y hoy: el estilo evangélico es el estilo cristiano. Mediante este estilo, el Evangelio es capaz de llegar a todos los hombres, acogiendo hospitalariamente sus culturas y negando toda suerte de hostilidad, dando tiempo y lugar para que la recepción de la buena noticia sea efectiva y real.
Este estilo cristiano impregna la manera de hacer teología en la postmodernidad de tres formas: suscitando la fe en otros mundos culturales; en concordancia con Jesús, respetando la alteridad de esos otros mundos donde el Evangelio debe encarnarse; y haciendo posible la efectividad tanto de la bondad como de la novedad del Evangelio. Cumpliendo estos simples criterios, la teología será más admiradora de la santidad del Mesías que trae la salvación al mundo y que se expresa como misterio del mundo, punto focal de la dogmática cristiana que solo una aproximación estilística puede realmente sondear.
La lectura, densa como hemos indicado, se antoja insoslayable para comprender el cristianismo en estos momentos, llámeseles postmodernos, transmodernos o metamodernos, la etiqueta es lo de menos, para un teólogo lo importante es que el Evangelio del Dios vivo siga expandiéndose por el mundo de forma que Dios llegue a ser todo en todos. La nueva creación de la que nos habla el autor está crípticamente inscrita en esta creación con dolores de parto. Lo que resulta penoso es que estas obras no tengan reflejo en la lengua de Cervantes para que puedan acceder a ellas el común de los cristianos que quieren poder dar razón de su esperanza, espero que los criterios de las editoriales católicas abandonen las razones de este mundo y acojan el estilo cristiano.



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